México: corrupción, violencia y paz

Por Mauricio Meschoulam. Publicado en El Universal el 20 de mayo de 2015. Enlace original: https://bit.ly/1cN0ALP

La paz es a la vez una de las mayores aspiraciones y uno de los conceptos menos comprendidos que existen. Soñamos con ella. La nombramos en nuestras canciones, poemas, himnos y plegarias. Hablamos de ella como un opuesto automático a la guerra, como si para obtenerla bastara terminar con el estado de violencia existente dentro de una sociedad o entre distintas sociedades. La insertamos en nuestros discursos seguida, también de manera automática, de la palabra tranquilidad. Vamos a “devolver”, nos dicen, la paz y la tranquilidad a los mexicanos. Y si bien, esos elementos -ausencia de violencia, tranquilidad- forman parte originaria del vocablo “paz”, hoy conocemos mucho más acerca de ese estado social que naciones como la nuestra -siendo una de las veinticinco menos pacíficas del planeta- no pueden otra cosa que anhelar desesperadamente. Y así como se estudia la violencia con profundidad, con estadística, correlaciones, regresiones, datos, y números, del mismo modo es necesario estudiar la paz.

A partir de su amplia investigación cuantitativa y cualitativa en esta materia, desde hace tiempo el Instituto para la Economía y la Paz (IEP) ha detectado que la paz está compuesta de ocho pilares o columnas. Se trata de condiciones que existen al interior de las sociedades más pacíficas, o entre países vecinos en situación de paz. Es decir, el ADN de la paz se compone, de acuerdo con esta serie de estudios, de los siguientes elementos: (1) Gobiernos que funcionan adecuadamente, (2) Distribución equitativa de los recursos, (3) El flujo libre de la información, (4) Un ambiente sano y propicio para negocios y empresas, (5) Un alto nivel de capital humano (generado a través de educación, capacitación, investigación y desarrollo), (6) La aceptación de los derechos de otras personas, (7) Bajos niveles de corrupción, y (8) Buenas relaciones con sociedades vecinas. Así, en países como el nuestro, construir o edificar la paz, rebasa la mera reducción de la violencia o el delito, y supone enfocarnos en el corto, mediano y largo plazo, en el fortalecimiento de cada una de estas columnas. A la inversa, en la medida en que no atendamos el fondo de cada uno de los pilares mencionados, lo más probable es que nuestros niveles de paz seguirán por los suelos.

El mismo instituto acaba de publicar un estudio enormemente detallado y actualizado que corrobora la existencia de una relación estadísticamente significativa entre corrupción y paz. Las sociedades más pacíficas del mundo presentan menores niveles de corrupción; por contraste, mientras más corrupción existe, los países estudiados presentan niveles de paz más bajos. Puesto de otro modo, mejorar los niveles de paz en sociedades como la nuestra, requiere indispensablemente de corregir el estado en el que se encuentran nuestros niveles de corrupción, aunque ello sería por sí solo insuficiente pues habría que trabajar también en los otros pilares arriba mencionados.

Interesantemente, el estudio detecta un punto de inflexión. Mientras un país tenga bajos niveles de corrupción, pequeños incrementos adicionales en esa corrupción afectan la paz solo de manera menor. En cambio, cuando el país presenta altos grados de corrupción, pequeños incrementos adicionales en dicho nivel de corrupción pueden producir dramáticos efectos negativos para la paz de esa sociedad.

El estudio reporta que cuando la corrupción afecta a la policía o al sistema judicial de un país, ello impacta de manera directa al estado de derecho, lo que termina por vulnerar la institucionalidad y genera incrementos en la inestabilidad política. Podríamos decir que llega un momento -el punto de inflexión señalado- en el que las policías dejan de ser funcionales en el control del crimen y se desdibuja la línea entre instituciones de seguridad y organizaciones criminales, lo que resulta en que esas instituciones de seguridad “se convierten en parte del problema.” (IEP, 2015, 2)

México es señalado como uno de los 64 países en el mundo que se ubican en ese punto de inflexión, lo que representa al mismo tiempo un grave riesgo y una gran oportunidad. De acuerdo con esta información, si no somos capaces de reducir la corrupción, corremos el riesgo de que incrementos adicionales en ella, por pequeños que sean, se traduzcan en aún más notables aumentos en los niveles de violencia que ya padecemos. A la vez, si consiguiésemos siquiera ligeras disminuciones en el grado de corrupción que padecen las policías, y/o el sistema judicial, ello en teoría podría resultar en notables mejorías en el nivel de paz de nuestra sociedad.

Combatir la corrupción, entonces, no es solo un asunto ético, político, económico o jurídico. Es un tema de construcción de paz. Por consiguiente, México no necesita que le “devuelvan” la paz y la “tranquilidad” que “hace unos años tenía”, como si ello consistiera exclusivamente en reducir las balas o los delitos. Nuestro país necesita edificar una serie de pilares, los verdaderos componentes de esas condiciones pacíficas que quizás jamás hemos realmente experimentado de manera plena, y cuya ausencia ha terminado por explotarnos en nuestras caras.

Analista internacional
Twitter: @maurimm

Texto en: https://bit.ly/1cN0ALP

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