Corrupción, violencia y paz: El caso del Chapo

Por Mauricio Meschoulam. Publicado en El Universal el 12 de julio de 2015. Enlace original: https://bit.ly/2Qk9jKN

Parece obvio decir que las fugas del Chapo (así en plural) no pueden entenderse sin la colusión de al menos una o más personas que forman o formaban parte de las autoridades cuya función era vigilarle a él, igual que a los otros presos del penal de máxima seguridad donde se encontraba. Eso nos remite, evidentemente, al papel que la corrupción juega en cuanto a la situación de falta de paz que nuestro país experimenta. En efecto, la investigación -tanto la reciente como la menos reciente- demuestra que existe una importante correlación entre corrupción y violencia, o para ser más exactos, entre corrupción y falta de paz en una sociedad. Esto significa que si como país no somos capaces de implementar medidas eficaces de combate a la corrupción, resulta poco relevante cuantos capos logremos apresar (o recapturar, cosa que ojalá ocurra), pues seguiremos siendo incapaces de construir la paz desde su raíz. Para muestra, un botón: a pesar de la cantidad de líderes criminales que han sido capturados en tiempos recientes, nuestro país sigue perdiendo sitios en los rankings mundiales de paz. O bien, podríamos plantearlo a la inversa: una de las mejores estrategias para combatir la violencia y construir condiciones pacíficas para nuestra sociedad sería, entre otras, combatir la corrupción de manera mucho más eficaz de lo que hasta ahora lo hemos hecho. El caso de las dos fugas del Chapo podría ayudar a ejemplificar este fenómeno. Hoy en el blog, algunos apuntes al respecto:

Corrupción, violencia y paz

A partir de su amplia investigación cuantitativa y cualitativa en esta materia, desde hace tiempo el Instituto para la Economía y la Paz (IEP) ha detectado que la paz está compuesta de ocho pilares o columnas. Se trata de condiciones que existen al interior de las sociedades más pacíficas, o entre países vecinos en situación de paz. Es decir, el ADN de la paz se compone, de acuerdo con esta serie de estudios, de los siguientes elementos: (1) Gobiernos que funcionan adecuadamente, (2) Distribución equitativa de los recursos, (3) El flujo libre de la información, (4) Un ambiente sano y propicio para negocios y empresas, (5) Un alto nivel de capital humano (generado a través de educación, capacitación, investigación y desarrollo), (6) La aceptación de los derechos de otras personas, (7) Bajos niveles de corrupción, y (8) Buenas relaciones con sociedades vecinas. Así, en países como el nuestro, construir o edificar la paz, rebasa la mera reducción de la violencia o el delito, y supone enfocarnos en el corto, mediano y largo plazo, en el fortalecimiento de cada una de estas columnas. A la inversa, en la medida en que no atendamos el fondo de cada uno de los pilares mencionados, lo más probable es que nuestros niveles de paz seguirán por los suelos.

El mismo instituto publicó hace algunas semanas un estudio enormemente detallado y actualizado que corrobora la existencia de una relación estadísticamente significativa entre corrupción y paz. Las sociedades más pacíficas del mundo presentan menores niveles de corrupción; por contraste, mientras más corrupción existe, los países estudiados presentan niveles de paz más bajos. Puesto de otro modo, mejorar los niveles de paz en sociedades como la nuestra, requiere indispensablemente de corregir el estado en el que se encuentran nuestros niveles de corrupción, aunque ello sería por sí solo insuficiente pues habría que trabajar también en los otros pilares arriba mencionados.

El punto de inflexión y el Chapo

Interesantemente, el estudio detecta un punto de inflexión. Mientras un país tenga bajos niveles de corrupción, pequeños incrementos adicionales en esa corrupción afectan la paz solo de manera menor. En cambio, cuando el país presenta altos grados de corrupción, pequeños incrementos adicionales en dicho nivel de corrupción pueden producir dramáticos efectos negativos para la paz de esa sociedad.

El estudio reporta que cuando la corrupción afecta a la policía o al sistema judicial de un país, ello impacta de manera directa al estado de derecho, lo que termina por vulnerar la institucionalidad y genera incrementos en la inestabilidad política. Podríamos decir que llega un momento -el punto de inflexión señalado- en el que las policías dejan de ser funcionales en el control del crimen y se desdibuja la línea entre instituciones de seguridad y organizaciones criminales, lo que resulta en que esas instituciones de seguridad “se convierten en parte del problema.” (IEP, 2015, 2)

A reserva de lo que revelen las investigaciones del caso, podríamos decir que las dos fugas del Chapo son un ejemplo que muestra lo que se afirma arriba. No podemos entender que el capo que fuera el más buscado por nuestros gobiernos, la “joya” del sexenio, se vuelva a fugar de un penal de alta seguridad sin la colusión o complicidad de una o más personas encargadas de su vigilancia, o bien, responsables en mayor o menor grado de la seguridad de nuestra sociedad. México es señalado por el IEP como uno de los 64 países en el mundo que se ubican en el punto de inflexión arriba descrito. Lo que esto significa es simplemente que la línea entre nuestras instituciones de seguridad y las organizaciones criminales se encuentra enormemente desdibujada, una situación que no nos es a nosotros desconocida en absoluto, pero que se encuentra ubicada en relación directa con los niveles de violencia que experimentamos.

Riesgo y oportunidad

El hecho de que nos encontremos justo en la línea de inflexión representa al mismo tiempo un grave riesgo y una gran oportunidad. De acuerdo con esta información, si no somos capaces de reducir la corrupción, corremos el riesgo de que incrementos adicionales en ella, por pequeños que sean, se traduzcan en aún más notables aumentos en los niveles de violencia que ya padecemos, sin importar el número de capos que logremos capturar (o re-capturar, ojalá). A la vez, si consiguiésemos siquiera ligeras disminuciones en el grado de corrupción que padecen las policías, y/o el sistema judicial, ello en teoría podría resultar en notables mejorías en el nivel de paz de nuestra sociedad.

Combatir la corrupción no es por tanto, solo un asunto ético, político, económico o jurídico. Es un tema de construcción de paz. Por consiguiente, México no necesita que le “devuelvan” la paz y la “tranquilidad” que “hace unos años tenía”, como si ello consistiera exclusivamente en reducir las balas o los delitos. Nuestro país necesita edificar una serie de pilares, los verdaderos componentes de esas condiciones pacíficas que quizás jamás hemos realmente experimentado de manera plena, y cuya ausencia ha terminado por explotarnos en nuestras caras.

¿Usted qué piensa?

Twitter: @maurimm

Texto en: https://bit.ly/2Qk9jKN

Comentarios