La paz y su arquitectura

Por Mauricio Meschoulam. Publicado en Excélsior el 31 de Enero de 2011. Enlace original: https://bit.ly/30B69XY

Decenas de autores han intentado esclarecer qué es lo que lleva al ser humano a situaciones de conflicto y cuáles son los mejores mecanismos para evitarlo.

Para bien o para mal, la paz no es una mercancía que se negocia sino una estructura que se construye. A lo largo de muchos siglos, decenas de autores han intentado esclarecer qué es lo que lleva al ser humano a situaciones de conflicto y cuáles son los mejores mecanismos para evitarlo.

De acuerdo con Galtung (1985), la paz puede ser comprendida, igual que la salud, desde dos ángulos. Uno negativo, en donde ésta equivaldría a la ausencia de violencia, del mismo modo en que salud sería ausencia de enfermedad. En otro sentido, sin embargo, la paz —como la salud— puede tener toda una connotación positiva que tiene que ver con su edificación, el favorecer una serie de entornos que la hacen florecer.

Dentro de estas condiciones se encuentran, sin duda, la promoción de factores como la armonía, el respeto y la comunidad, pero también, como explica Alger(1987) en la perspectiva de Paz de raíz, otros aspectos materiales, tales como el desarrollo económico, social y humano de los pueblos.

Si concebimos, por tanto, la paz en su visión estrecha, bastaría tan sólo con generar condiciones entre las partes que permitiesen la ausencia de violencia, quizá firmando pactos o tratados, o bien, atendiendo a incentivos racionales en donde los enemigos optan por la cooperación en lugar del conflicto. En cambio, si ampliamos la mirada, la arquitectura de la paz es mucho más integral y compleja, y abarca desde la atención a la problemática de la pobreza y el subdesarrollo, hasta la manera en cómo representamos a nuestro “otro” en el discurso histórico, mediático o incluso en nuestras conversaciones cotidianas.

La forma en que decidimos pensar la paz, entonces, determinará los caminos que utilizamos para alcanzarla. Lo mismo sucede con la violencia. Si pretendemos explicarla de manera unidireccional y simple, es difícil conseguir no sólo detenerla, sino siquiera comprender sus causas.

A pesar de que las circunstancias en México son específicas, hay ejercicios de construcción de paz efectuados en diversas partes del mundo que pueden ser adaptados a nuestro caso. Estos tradicionalmente consisten en atacar la situación desde diversas trincheras de manera simultánea, normalmente a través de sociedades y gobiernos organizados en torno a estrategias y proyectos. Producir condiciones de crecimiento y desarrollo económico, social y humano, son siempre indispensables en el largo plazo. Sin embargo, al margen de ello, hay otras posibilidades que se encuentran al alcance de la sociedad civil.

Producir un discurso de paz es un buen punto para comenzar. Esta clase de lenguaje privilegia las soluciones a los problemas. Sin evadirlos, ofrece alternativas cuando todo parece perdido. En el argot de los medios de comunicación, la media peacebuilding (Terzis, 2006) juega un papel crucial en la relativización de la violencia y la contextualización de sus efectos. En lugar de contribuir al pánico y estrés colectivos, promueve, a través de la asesoría de especialistas, la transmisión de herramientas para que las sociedades encuentren mecanismos de recuperación anímica.

Esto incluye la decentralización de la agenda, es decir, el relato de lo “otro”, la no-violencia, los temas que son igualmente importantes para la sociedad. Más allá del lenguaje, no obstante, se encuentra el fomento de acciones concretas que fortalezcan los lazos y el tejido social. Ello implica el robustecimiento de actividades que promuevan el altruismo y la ayuda, como por ejemplo el trabajo de asistencia y recolección de víveres para comunidades necesitadas. Este tipo de tareas no se llevan a cabo debido al auxilio que puedan proporcionar a los sitios a donde se llega, sino por el beneficio sicológico para el que da, que es producto de sentirse útiles y capaces de ayudar.

Del mismo modo, desarrollar el trabajo colaborativo en los colegios, las universidades o las empresas refuerza los lazos de unión y la visión acerca de la importancia del “otro”. Es en este sentido en el que el impulso a actividades deportivas, principalmente aquellas que privilegian el desempeño en equipo, han sido también utilizadas con éxito en diversos países en la construcción de paz como ha sido ampliamente documentado (Swiss Agency for Development, 2005).

El arte y la música pueden asimismo fomentar la canalización de emociones y de la capacidad creativa de las sociedades. En otros ámbitos, hay sitios del planeta en los que la atención individual y en grupos de crecimiento antiestrés promueven estrategias que se conocen como “paz desde dentro” (Calderón, 2010). No hay final. No se trata de elegir entre estas alternativas, sino de sumarlas.  Entendamos: el mayor problema en el caso específico de México es la sensación de impotencia, la percepción de que somos incapaces de actuar frente a lo que percibimos como amenaza a nuestra estabilidad emocional-social. Todo aquello que promueva la sensación opuesta, la del empoderamiento, genera en los individuos la actitud que tanto necesitamos. Mientras no perdamos la otra guerra, la de las percepciones, la que genera actitudes, la paz es aún posible.

Twitter: @maurimm

Texto en: https://bit.ly/30B69XY

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