Un mejor retorno de inversión

Por Andrea Muhech. Publicado en Cultura Colectiva el 20 de abril del 2020. Enlace original: https://bit.ly/3av7umU


La pandemia ha abierto oportunidades para un sinnúmero de actores no estatales, entre ellos actores no estatales violentos y no precisamente para llevar a cabo ataques sino para adquirir popularidad y legitimidad entre los individuos. Esto se ha visto alrededor del mundo y la manera de hacerlo es entrar en los huecos que está dejando, rebasado, el estado nación. Estos grupos terroristas, insurgentes y criminales, están fungiendo como proveedores de servicios de salud en países y regiones en donde el gobierno no ha querido o no ha podido ayudar. A continuación algunos ejemplos (P. Clarke, 2020).

En Afganistán, los talibanes han prometido un acceso seguro a los trabajadores de salud para que ingresen al territorio que controlan y hagan su trabajo, mientras que a la par, ellos comenzaron una campaña para informar a los ciudadanos sobre los peligros del virus y sobre cómo se pueden mantener a salvo y ofrecieron implementar un cese al fuego en las partes más devastadas por el brote. Afganistán ya reportó un número significativo de casos de COVID-19 y cabe mencionar que dada la infraestructura de salud de ese país el número reportado parece bajo. En Líbano, Hezbolá ofreció docenas de ambulancias y envió a rociar desinfectante en espacios públicos. En ese país ya hay más de 500 casos reportados y aún cojeando gracias a la corrupción y malestar económico, el gobierno (que incluye a Hezbolá) necesitará ayuda para responder a esta crisis. Hezbolá ha ofrecido sus recursos relacionados con la salud en un esfuerzo por demostrar que sus acciones sean percibidas, y eso,  aumenta su atractivo en todos los sectores. En Siria, el grupo Hayat Tahrir al Sham (HTS) cita a la OMS y ofrece consejos de cómo la población se puede proteger. HTS cuenta ya con un boletín y dia con día imprime miles de copias para los territorios controlados por los rebeldes. Siria reporta pocos casos, sin embargo, no se tiene mucha confianza en esas cifras debido a la poca transparencia del gobierno del dictador Bashar al-Assad. En Somalia hay pocos casos reportados pero se espera que estos aumenten de golpe y eso sería especialmente devastador. Por otro lado,  Al-Shabab, vinculado a Al Qaeda, ha difundido propaganda que vincula el virus a las tropas occidentales. 

Llegado a este punto, es importante recalcar que: 1) los grupos terroristas e insurgentes aprovechan los problemas para demostrar que pueden gobernar, 2) el fenómeno no se está dando únicamente en el Medio Oriente o África, 3) esto no es nuevo y existe mucho antes del COVID-19, sólo que las crisis le dan fuerza y, dada la magnitud de esta, el efecto se triplica. 

Hablando de otras zonas del mundo: en Río de Janeiro, narcotraficantes y otros grupos de crimen organizado han trabajado para imponer el toque de queda y evitar la propagación del virus en los barrios marginales en donde operan (P. Clarke, 2020). Ahora para que lo  vean más cercano: En México, se reparten desde la semana pasada despensas a nombre de “El Chapo Guzmán 701” para las familias más necesitadas de Guadalajara (Reforma 2020).

¿Qué tienen los casos mencionados en común? La ausencia del estado y hoy en día vivimos en un modelo en el que aunque el estado nación no sea lo mismo que era antes, es quien pone las reglas oficiales. A raíz de los ataques del 11 de septiembre, el término “espacios no gobernados” nació.  Estas son áreas en donde los grupos terroristas entrenan, planifican y realizan operaciones e incluyen: la Triple Frontera de América del Sur, el Sahel en el norte de África, y los archipiélagos del sudeste asiático. Ahora bien, el término es muy criticado y personalmente también considero que es inapropiado ya que ningún área está sin gobernar. Más bien, los actores no estatales gobiernan ese tipo de espacios y sí tienen legitimidad ante los ojos de la gente de la zona (en este punto cabe mencionar que no pretendo generalizar). Estas son formas alternativas de gobernanza que intencionalmente o de manera no intencionada emergieron y ganaron popularidad a través de la provisión de servicios en huecos que el estado dejó (P. Clarke, 2020). 

El día de hoy es mucho más sencillo juzgar y sin duda hay más material para hacerlo (por ende, hay que tener cuidado). No obstante, es evidente que al fallar en la respuesta a la pandemia, los gobiernos en todo el mundo han brindado oportunidades para que actores no estatales (en muchas ocasiones, violentos) llenen ese vacío. Las implicaciones, además de que dejan en evidencia las carencias del estado, podrían incluir que varios de estos grupos consoliden su reputación como servidores públicos competentes incluso si siguen siendo violentos en otros ámbitos. 

Es mucho el dinero que se gasta para combatir la amenaza de grupos como los talibanes, Al Qaeda, ISIS, o el crimen organizado y el narcotráfico. De hecho y como mencioné en mi texto pasado, México es el veintiseisavo país al que más le cuesta la violencia y el año pasado le invertimos alrededor del 10% de nuestro PIB. 

Esta pandemia nos podría llevar a concluir, entre otras cosas, que el mejor retorno de inversión se lograría al enfocar esos esfuerzos en fortalecer países vulnerables (y secciones dentro de países vulnerables) y construyendo desde la raíz (grassroots) en estos en vez de en técnicas de ataque a las acciones violentas que ya se llevan a cabo (que acaban acrecentando la violencia). Tapar los huecos es una opción difícil de llevar a cabo pero viable y, muy probablemente, mucho más duradera.

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