Construcción de Paz al estilo Bukele.

Por Andrea Muhech. Publicado en Cultura Colectiva el 4 de mayo del 2020. Enlace original: https://cutt.ly/6ylKqch

Nayib Bukele, presidente de El Salvador, ya se posicionó ante el aumento de la violencia. Queda autorizado en su país el uso de la fuerza letal por parte de los cuerpos de seguridad y la cero tolerancia contra las pandillas al interior de las cárceles salvadoreñas ya es regla. Si ahora mismo estás pensando “en la cárcel hay delincuentes, es lógica la cero tolerancia” deja que te explique mejor lo que está sucediendo. 

El 25 de abril, Bukele, a través de Twitter (como le es costumbre), ordenó que se declarara emergencia máxima en los centros penales del país. Acto seguido, se implementó el encierro absoluto para pandilleros las 24 horas del día, el aislamiento solitario para los cabecillas, y el encierro de miembros de distintas pandillas en celdas compartidas. Además, este también ordenó que se sellaran todas las celdas para que ya no se pueda ver hacia afuera y para que los reclusos se queden en la obscuridad con sus contrincantes “no va a entrar ni un rayo de sol a ninguna celda”. 

Te voy a dar un poco de contexto. De acuerdo con el Índice Global de Paz más reciente (IEP, 2019), El Salvador ocupa el lugar número 113 de 163 y está entre los diez países a los que más les cuesta la violencia (22% de su PIB). ¿De dónde viene eso? de las maras (el nombre que reciben las pandillas en El Salvador). Según estimaciones oficiales, son 60,000 los pandilleros activos en ese país de 6,8 millones de habitantes y las tres pandillas principales son: la Mara Salvatrucha, el Barrio 18-Sureños y el Barrio 18-Revolucionarios. Ahora bien, de las 39,300 personas privadas de la libertad que había hasta febrero del 2018, el 44% pertenecen a las maras (Valencia 2020). 

¿Por qué hay pandillas en El Salvador?  La guerra civil es uno de los principales factores. Desde ese entonces, miles de personas se unieron a la guerrilla buscando obtener una mejor condición social. Muchas familias criaron a sus hijos con un fusil sobre el hombro y enseñándoles medidas de presión para el gobierno de las cuales muchas involucraban crímenes y violencia. Una gran cantidad de niños creció en campos de entrenamiento de la guerrilla y con razonamientos y principios específicos para pertenecer al grupo. Debido a la situación de poco trabajo y persecución, muchos de ellos emigraron a Estados Unidos (principalmente a Los Ángeles) y las remesas se volvieron el principal soporte de su economía. Luego de la firma de los acuerdos de paz, los hijos que perdieron a sus padres en la guerra y crecieron en marginación y pobreza se separaron en: los que se volvieron padres y formaron su familia, los que hicieron grupos estudiantiles y que se apedreaban en defensa de sus territorios, y los que no estudiaban que se conformaron en las primeras pandillas estructuradas. Ya en los noventas, casi todos tenían un familiar que enviaba cosas de EEUU y comenzaron a deportar a muchos de los que habían emigrado (como consecuencia de delitos relacionados con la venta de drogas para ganar más dinero y la violencia en la que muchos cayeron para protegerse de otras minorías pobres). Muchos de los deportados se volvieron líderes gracias a sus experiencias, estilo, y aportación económica y comenzaron a convencer a jóvenes de unirse a las maras. En ese entonces, los jóvenes defendían sus barrios, colonias e institutos y cometían delitos menores que fueron evolucionando al grado de iniciar una cultura de miedo y violencia recurrente en las calles. Hoy en día, la principal actividad lucrativa de las pandillas son las extorsiones y de cada cosa que hacen mandan una cuota a los que están en cárceles (Burgos, s/f). “¿Qué dice nuestra existencia del gobierno y los servicios que no provee? Existimos porque no hay nada más” Santiago, pandillero del Barrio 18 Sureños (Ahmed, 2017).

Las pandillas son el único grupo organizado en los barrios pobres de El Salvador y eso les da tanto poder. Por otro lado, para muchos jóvenes marginados se vuelve atractivo pertenecer ya que además de ganar algo de dinero se vuelven parte de una comunidad. 

El Salvador tiene una larga historia de pelea en contra de estas pandillas en las que ha habido medidas de mano dura y medidas más suaves, sin embargo, el problema persiste y el actual sistema penitenciario representa hacinamiento extremo, anarquía y violencia. De hecho, es bien sabido que muchas órdenes para los pandilleros salen desde las cárceles y, si bien, el control que tienen los presos sobre las pandillas debe frenarse, también se debe de pensar cómo darle la vuelta al sistema. 

Se supone que las cárceles deben de tener la función de rehabilitar a las personas que ingresan para que el sistema penitenciario no sea un mecanismo de proliferación de delincuentes. No obstante, los sistemas penitenciarios en muchos países inciden de manera negativa en la violencia y El Salvador no se queda atrás. La función primordial de las cárceles debería de ser la de crear una oportunidad para reinsertar a la sociedad de una manera productiva a los que delinquen y no un infierno en donde no hay derechos humanos y los individuos viven en condiciones infrahumanas. Muchos dirán que El Salvador, con tantas necesidades y ahora en medio de una pandemia, no se puede poner a pensar en las condiciones de los presos. Muchos otros, dirán que los criminales no merecen condiciones dignas de vida. Muchos dirán, “que se maten entre ellos” “que vean lo que se siente” “se lo merecen”. Muchos me dejarán de seguir después de este texto. A todas esas personas les digo que si de algo estoy convencida es que para disminuir la violencia no sólo hay que contrarrestar los síntomas, sino que hay que empezar a construir tejido social en donde más se necesita y quienes más lo necesitan son los presos y sus familiares. Quienes más lo necesitan son todos los que pertenecen, como las maras, a secciones marginadas de la sociedad. 

Mientras Bukele opta por permitir y fomentar el uso letal de la fuerza juntar a los presos de diferentes pandillas en una celda y les retira hasta el más mínimo rayo de luz del sol a los internos de las prisiones ignorando: los estándares internacionales de derechos humanos, el Pacto Internacional de derechos Civiles y Políticos, la Convención Americana sobre Derechos Humanos, los Principios Básicos de las Naciones Unidas sobre el Empleo de la Fuerza y de Armas de Fuego, que estamos en medio de una pandemia y el Covid19 también se propaga en las cárceles, la historia de su propio país, los ejemplos internacionales, y el sentido común, El Salvador se aleja cada vez más de la paz (HRW, 2020).

La historia se repite. La gente vota por candidatos que prometen mano dura gracias al hartazgo que hay en su interior y desde un lugar de odio, los candidatos populistas acaparan la atención, el show mediático no cesa, y la violencia se combate con más violencia con la bandera de que se está construyendo paz. ¿Por qué no mejor ir un paso atrás, aceptar las carencias y problemas de los países y empezar por ese lugar? ¿Por qué no empezar por comprender los problemas estructurales que causan el caldo de cultivo para después decidir? ¿Por qué no entender que las cárceles son un reflejo de las sociedades completas? Aquí no se trata de defender al “malo” sino de cuestionar las acciones del “bueno” para ver por qué es que las sociedades no progresan y nuestros encabezados siguen llenos de muertos.

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