Mexicanos al grito de la frontera, una oportunidad para cambiar narrativas

Por Oswaldo Ruiz Rubio

Si la frontera sigue viéndose como un problema, siempre será tratada como tal. Esta semana, el gobierno de Claudia Sheinbaum desplegó 10 mil elementos de la Guardia Nacional y el Ejército en 18 ciudades fronterizas. 

La medida fue presentada como un esfuerzo conjunto de México y Estados Unidos para frenar el tráfico de drogas sintéticas y la migración indocumentada, pero también ha reavivado el debate sobre qué papel queremos que juegue nuestro país.

Por décadas, los más de 3 mil kilómetros que unen ambos territorios han sido vistos como un espacio de crisis. Los titulares que llegan de esa región suelen centrarse en el conflicto: narcotráfico, redadas migratorias y violencia. Pero la actual tensión política, paradójicamente, podría ser la oportunidad de darle un giro a esa imagen. En lugar de reforzar el discurso de la frontera como un punto de fricción, México puede impulsarla como un espacio clave para la integración y el desarrollo económico.

La relación comercial entre ambos países es prueba de que una frontera es mucho más que una línea divisoria. Cada día, más de mil millones de dólares en exportaciones e importaciones cruzan legalmente la frontera. Este es un espacio de intercambio, y no solo económico, también cultural y social.

El cruce sociocultural es tan fuerte que en ciudades como Tijuana y San Diego bandas locales mezclan géneros en ambos idiomas, universidades tienen programas de estudio en los dos países y hasta restaurantes con estrella Michelin como Misión 19 Coasterra deleitan a sus comensales con platillos que fusionan recetas de México y Estados Unidos. 

El modo en que hablamos de la frontera también influye en cómo la percibimos. Si gobierno y medios resaltan su papel como punto de unión, la política pública también puede cambiar. Películas como Sicario refuerzan la idea de que este es un lugar peligroso, mientras que otras como Babel han resaltado el lado humano de quienes la cruzan. Cambiar la narrativa no es solo tarea del gobierno, sino de todos los que contamos historias sobre ella.

Pero las palabras, por sí solas, no bastan. Transformar la frontera requiere políticas públicas que acompañen esa narrativa con inversión, infraestructura y oportunidades para quienes la habitan. No es solo mejorar la imagen fronteriza, sino que quienes viven en ella tengan motivos para verla como un espacio de desarrollo y no de incertidumbre.

El reto no es menor, pero si algo ha demostrado la historia es que las fronteras no solo separan países, también pueden unirlos. Esta es una buena oportunidad para hacerlo.

Mexicanos al grito de la frontera, una oportunidad para cambiar narrativas

Por Oswaldo Ruiz Rubio

Si la frontera sigue viéndose como un problema, siempre será tratada como tal. Esta semana, el gobierno de Claudia Sheinbaum desplegó 10 mil elementos de la Guardia Nacional y el Ejército en 18 ciudades fronterizas. 

La medida fue presentada como un esfuerzo conjunto de México y Estados Unidos para frenar el tráfico de drogas sintéticas y la migración indocumentada, pero también ha reavivado el debate sobre qué papel queremos que juegue nuestro país.

Por décadas, los más de 3 mil kilómetros que unen ambos territorios han sido vistos como un espacio de crisis. Los titulares que llegan de esa región suelen centrarse en el conflicto: narcotráfico, redadas migratorias y violencia. Pero la actual tensión política, paradójicamente, podría ser la oportunidad de darle un giro a esa imagen. En lugar de reforzar el discurso de la frontera como un punto de fricción, México puede impulsarla como un espacio clave para la integración y el desarrollo económico.

La relación comercial entre ambos países es prueba de que una frontera es mucho más que una línea divisoria. Cada día, más de mil millones de dólares en exportaciones e importaciones cruzan legalmente la frontera. Este es un espacio de intercambio, y no solo económico, también cultural y social.

El cruce sociocultural es tan fuerte que en ciudades como Tijuana y San Diego bandas locales mezclan géneros en ambos idiomas, universidades tienen programas de estudio en los dos países y hasta restaurantes con estrella Michelin como Misión 19 Coasterra deleitan a sus comensales con platillos que fusionan recetas de México y Estados Unidos. 

El modo en que hablamos de la frontera también influye en cómo la percibimos. Si gobierno y medios resaltan su papel como punto de unión, la política pública también puede cambiar. Películas como Sicario refuerzan la idea de que este es un lugar peligroso, mientras que otras como Babel han resaltado el lado humano de quienes la cruzan. Cambiar la narrativa no es solo tarea del gobierno, sino de todos los que contamos historias sobre ella.

Pero las palabras, por sí solas, no bastan. Transformar la frontera requiere políticas públicas que acompañen esa narrativa con inversión, infraestructura y oportunidades para quienes la habitan. No es solo mejorar la imagen fronteriza, sino que quienes viven en ella tengan motivos para verla como un espacio de desarrollo y no de incertidumbre.

El reto no es menor, pero si algo ha demostrado la historia es que las fronteras no solo separan países, también pueden unirlos. Esta es una buena oportunidad para hacerlo.