Walt, Stephen. 2022. “Why wars are easy to start and hard to end”. 29 de Agosto. shorturl.at/jsAR5
El artículo hace una reflexión y crítica sobre una realidad que debe ser considerada por quienes lideran la política exterior y de seguridad de los Estados: es mucho más sencillo comenzar una guerra que terminarla. La historia nos demuestra que, en el pasado, muchos de los conflictos internacionales nacían de la paranoia de una guerra avecinándose, y de la falsa idea que dicha guerra sería rápida, de bajo costo y fácil de ganar. Ejemplos de esto son la guerra de 1792 entre Austria-Hungría, Prusia y Francia, así como las revoluciones, donde tanto las monarquías como los radicales subestimaron a sus oponentes y el conflicto se extendió de Europa al resto del mundo por más de dos décadas (Walt, 2022).
Es un texto bien documentado y argumentado, resalta puntos que, en efecto, deberían ser sentido común para líderes de Estado después de tantos ejemplos en la historia. Algo que es mencionado ligeramente, pero en lo que no profundiza el autor es la variante psicopolítica detrás de las guerras, esto abarca la autoimagen de los Estados, la percepción de los enemigos y el proceso cognitivo de los líderes, que es un factor determinante en los conflictos. Los Estados tienden a buscar más el conflicto cuando su autoimagen y percepción de seguridad es débil, por lo que las guerras se vuelven un medio de autoafirmación (Kaplowitz, 1990).
Incluso aquellas campañas militares que se consideran exitosas generalmente no son tan eficientes como se esperaría y otras que son simplemente un fracaso en todos los aspectos. El último ejemplo es la invasión rusa en Ucrania. Vladimir Putin se equivocó al calcular las consecuencias de la guerra que inició, por subestimar la resistencia ucraniana, sobre estimar la fortaleza rusa y no considerar la reacción que tendría el resto del mundo. Debido a esto, Rusia se encuentra ahora en una guerra mucho más costosa y complicada de lo que Putin y sus consejeros creyeron cuando la iniciaron (Walt, 2022).
Putin es indudablemente un personaje clave en la Rusia moderna y ha demostrado ser un buen estratega, por lo mismo, la invasión a Ucrania ha sido un error táctico que no es común para él. Un punto importante y retomando el comentario anterior, es que los Estados tienden a tomar este tipo acciones y riesgos al sentirse amenazados, en este caso, Putin está perdiendo cada vez más popularidad con su población y la represión ha aumentado en los últimos años, se han disuelto los grupos de oposición mientras se fortalecen las agencias de seguridad interna y esto puede verse replicado en su política exterior, la invasión a Ucrania es simplemente una extensión de lo que está ocurriendo dentro de sus fronteras en un intento por mantener el control (Treisman, 2022).
Esto no es algo único en Rusia, es un patrón que se ha repetido a lo largo de la historia, porque quienes lideran al Estado agresor fallan al no considerar los puntos que dificultan la terminación de una guerra. Primero, es imposible determinar cuánta resistencia pondrá el oponente, este es un factor que los líderes subestiman; el poder del nacionalismo y el sobreestimar la propia capacidad son graves errores que llevan a conflictos largos y costosos, ningún Estado iniciaría una guerra si no tuviese la (muchas veces falsa) idea de que su oponente es significativamente inferior (Walt, 2022).
Algo que es pertinente resaltar en el caso de la invasión rusa, es que la imagen de la Rusia moderna recae fuertemente en su líder, Putin, y el culto a la personalidad que el Estado se ha encargado de formar a su alrededor, resaltando valores tradicionales de masculinidad, fortaleza y nacionalismo. Además de esto, está el “síndrome imperial” que la sociedad rusa sigue sufriendo (particularmente en generaciones mayores); existe la necesidad de no perder el estatus y poder en el entorno internacional que sienten merecer por su historia (Pain,2016). Estos factores hacen de Rusia un Estado con ilusiones de grandeza y pueden explicar la sobreestimación de sus propias capacidades, dando paso a acciones como la invasión en Ucrania y la falsa creencia de que obtendrían una rápida victoria.
Segundo, iniciada la guerra, llega el problema de los “costos hundidos”, una vez que hay pérdidas, los líderes enfrentan la presión social de justificar el sacrificio con algún tipo de ganancia, y, por ende, tendrán menos disposición a hacer concesiones, ambos lados buscarán tener una victoria a cualquier costo. En tercer lugar, las guerras continúan porque entre más pérdidas hay, peor es la percepción del adversario y esto solo fortalece el deseo de destrucción mutuo (Walt, 2022).
En cuarto lugar y como consecuencia de los factores anteriores, entre más se extiende el conflicto, la habilidad para negociar y hacer concesiones disminuye; lo que nos lleva al quinto punto y este es que las guerras tienden a escalar por naturaleza y, si una de las partes está perdiendo, el paso lógico es utilizar mayor fuerza, atacar blancos más peligrosos o hacer amenazas de mayor impacto para amedrentar al enemigo. Las guerras también tienden a expandirse por intervención externa, ya sea como apoyo a una de las partes o para obtener beneficios propios, el mejor ejemplo es la guerra de Siria, donde se demuestra que entre más partes involucradas hay, más difícil es ponerle fin al conflicto (Walt, 2022).
Un dilema en el conflicto en Ucrania es, ¿Qué tanto se puede negociar sin mandar el mensaje de que abusar del poder es aceptado? El gobierno ucraniano no está dispuesto a ceder y el gobierno ruso no puede aceptar retirarse de la guerra sin una victoria que justifique la operación, entonces nos encontramos en un punto de crecientes tensiones, pérdidas y riesgos. Aunque es muy poco probable, no se puede descartar por completo el posible uso de armas de destrucción masiva por parte de Rusia si se ven acorralados.
Un sexto problema que prolonga las guerras es la desinformación, cada gobierno se esfuerza por mantener la moral nacional y promover la unión contra el mismo enemigo, por lo que no hay objetividad (Walt, 2022). Finalmente, el último punto que explica el autor es que el Estado que inicia la guerra no tiene ningún incentivo para terminarla hasta no haber obtenido algún tipo de victoria, aceptar menos es admitir un gran error, y esto nos lleva de vuelta a los costos hundidos. Todas las guerras terminan en algún punto, pero casi siempre demasiado tarde y raramente con una victoria que justifique las pérdidas, por lo que la decisión de iniciarla no debe ser tomada a la ligera y los líderes deben considerar que el proceso será más difícil, largo y costoso de lo que estiman (Walt, 2022).
El artículo hace una breve recapitulación de guerras pasadas y un énfasis en la guerra de Ucrania, para ejemplificar los puntos y factores que dificultan la terminación de los conflictos armados. Todos son puntos muy válidos que nos llevan a otros temas de análisis, tal como los factores pisco-políticos de la guerra, la imagen país y los líderes. Las guerras son procesos largos, costosos y nunca fáciles, pero deben terminar en algún punto y es responsabilidad de la comunidad internacional procurar que esto sea con el menor daño posible.