Publicado por El Sol de México el viernes 1 de julio de 2022. Texto original: https://www.elsoldemexico.com.mx/analisis/segundas-oportunidades-8529970.html
Trabajar en temas de reinserción social me ha brindado la oportunidad de escuchar de primera mano las historias de vida de mujeres privadas de su libertad en diferentes reclusorios. Muchas veces, nuestras conversaciones inician con un “¿Cómo estás?” y terminan en relatos devastadores, llenos de violencia estructural, pobreza e injusticia. Según datos de la ENPOL (2021), en México existen alrededor de 12,569 mujeres privadas de la libertad. Sin embargo, son ignoradas por las políticas penitenciarias dada su baja representación en el total de la población privada de su libertad, a pesar de que su bienestar y reinserción tienen un gran impacto en sus familias y comunidades.
De una forma u otra, miles de mujeres han terminado en reclusión por distintos factores estructurales. Tan solo en México, el 40% de las mujeres privadas de libertad han sido víctimas de violencia física, sexual o psicológica y la mayoría se involucra en actividades delictivas por razones de género, como sumisión o codependencia. Sumémosle a lo anterior, que el 68% tiene dependientes económicos (ENPOL, 2021), pero solo el 43% de ellas genera ingresos dentro de la cárcel (CNDH, 2022). No obstante, existe una carencia de programas de capacitación laboral y empleo en las cárceles de mujeres debido a la falta de infraestructura y espacios adecuados (CNDH, 2022), así como por la falta de normas laborales penitenciarias, lo que se traduce en violaciones a sus derechos humanos. De acuerdo con datos de la CNDH, el 66% de los centros penitenciarios estatales carecen de actividades laborales y de capacitación, lo cual representa un obstáculo para la reinserción de las mujeres privadas de la libertad a sus comunidades, ya que solo el 5% de ellas encuentran un trabajo formal al salir de prisión.
Estos datos visibilizan una triste realidad: nos enfrentamos a una sociedad violenta, llena de desigualdad de género, que criminaliza la pobreza y que carece de segundas oportunidades para las mujeres más vulnerables y marginalizadas. Es aquí donde el trabajo de las organizaciones de la sociedad civil, como La Cana, Proyecto de Reinserción Social, se muestra valioso. A través de La Cana, brindamos actividades productivas a mujeres en prisión, con el objetivo de convertir las cárceles de nuestro país en lugares de oportunidad y no de castigo.
Entre los comentarios de las mujeres con las que he trabajado en prisión, destacan el sentirse agradecidas, valoradas y escuchadas. De igual manera, dicen sentirse más independientes; satisfechas de no depender más de un hombre.
Hoy, les digo: Apostémosle a la reinserción social, a segundas oportunidades, a un México inclusivo, seguro y libre de violencia.
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