La violencia de género en México sigue siendo una crisis nacional: agresiones físicas, psicológicas, sexuales y económicas afectan a millones de mujeres, y se sostienen en estereotipos de género y relaciones de poder patriarcales (INEGI, 2021). Aunque existen esfuerzos para combatirla, el país enfrenta un rezago histórico en equidad de género y no discriminación. En un país donde la violencia de género cobra vidas a diario, una pequeña ciudad zapoteca ofrece una lección urgente sobre convivencia e inclusión.
En Juchitán, Oaxaca, el reconocimiento de las muxes no es moda ni agenda política: es tradición. Las muxes son personas que nacen biológicamente hombres que adoptan roles femeninos y son reconocidas como un tercer género (Santillán, 2019). Su papel es crucial en la identidad cultural zapoteca: representan a la mujer istmeña, figura central de esta sociedad matriarcal, y participan activamente en la economía y vida comunitaria.
La educadora de paz Betty Reardon argumenta que no puede haber paz verdadera sin igualdad de género y respeto a los derechos humanos. Para ella, construir paz implica transformar estructuras sociales que perpetúan discriminación y violencia, creando condiciones de justicia y equidad para todas las personas (Bastidas Hernandez-Raydán, 2008). Reconocer identidades diversas, como el de las muxes, reduce conflictos y genera cohesión social. Lo que ocurre en el Istmo es un ejemplo vivo de este enfoque: un proceso que desafía estereotipos de género y fomenta la convivencia. Esto contrasta con otras regiones del país, donde la diversidad sexual sigue siendo criminalizada o invisibilizada.
Sin embargo, la inclusión no es absoluta. La violencia contra personas LGBT+ persiste en México, incluso en Oaxaca. Según organizaciones civiles, los asesinatos de odio aumentaron un 11.5% en 2023, siendo la mayoría de las víctimas mujeres trans. En los últimos cinco años se han registrado 453 crímenes de odio (El Universal, 2024). Estos datos subrayan que la inclusión debe ir más allá de las tradiciones locales y convertirse en política pública.
Reconocer la diversidad es indispensable para construir paz. El resto del país puede aprender de las muxes y de una cultura que no encasilla el género. Su existencia nos recuerda que hay múltiples formas de ser y que la paz comienza cuando dejamos de imponer una única manera de habitar el mundo. Mientras en muchos lugares el género sigue siendo motivo de violencia, en el Istmo las muxes nos enseñan que la reconciliación empieza cuando nos miramos y nos reconocemos.