El riesgo como síntoma del Estado

Las recientes inundaciones en Veracruz no solo desbordaron ríos, sino también las capacidades del Estado para contener un riesgo previsible. Un fenómeno natural se convierte en desastre cuando encuentra estructuras sociales e institucionales incapaces de absorber su impacto. Lo ocurrido volvió a exponer una debilidad estructural: México no carece de fenómenos climáticos, sino de sistemas capaces de anticipar y mitigar sus efectos. Un Estado sólido no elimina el riesgo, pero reduce el daño con previsión, coordinación y protección social. Cuando ese soporte falla, las pérdidas se amplifican y se erosiona la capacidad de anticipar, responder y recuperarse.

Esa fragilidad se agudiza en contextos de alta desigualdad. En México, casi tres de cada diez personas viven en pobreza, y Veracruz figura entre los estados con mayores proporciones (INEGI, 2025). En tales escenarios, el peligro no explica por sí solo el daño; lo determina la estructura que define quién está más expuesto, quién puede reaccionar y quién logra reconstruirse. Como advierten Hulme y Moore (2008), un shock externo puede revertir avances y reinstalar la exclusión.

Sin amortiguadores institucionales, el daño no es solo material: se deteriora la confianza pública, la recuperación se vuelve más lenta y desigual, y la siguiente crisis encuentra a las mismas comunidades aún más vulnerables. Ese patrón encarna la violencia estructural: perjuicio evitable que persiste por la forma en que se organiza la vida social (Galtung, 1969). Si las pérdidas recaen una y otra vez sobre los mismos grupos, el problema no es la lluvia, sino el arreglo institucional que los deja expuestos.

Evitar que ese daño se repita exige condiciones estables. Esa estabilidad puede llegar a materializarse mediante la construcción de una paz positiva: actitudes, instituciones y estructuras que sostienen sociedades pacíficas. Con esos pilares firmes, la exposición disminuye, la prevención mejora y la recuperación avanza con mayor rapidez. El riesgo deja de transformarse, de manera previsible, en pérdida para los mismos grupos.

La reducción del riesgo es condición previa para una paz sostenible (PNUD, 2002). Esa paz no surge de la ausencia de crisis, sino de la fortaleza de las instituciones que protegen antes, durante y después del evento. Veracruz lo demostró: un fenómeno meteorológico no define el desenlace, lo define la capacidad institucional. México necesita alerta temprana, coordinación efectiva y reconstrucción con horizonte de largo plazo. Prevenir pérdidas previsibles, distribuir la protección con equidad y reconstruir con visión de futuro no sólo mitiga el daño: produce paz.

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