Escrito por: Andrea Chavarría. Publicado por El Sol de México el viernes 31 de mayo de 2024. Haz click aquí para leer el texto original.
Día con día los medios de comunicación se saturan de noticias deshumanizantes, evidenciando la capacidad de barbarie violenta y visceral de la que el ser humano es capaz. Los focos mediáticos siguen principalmente la trayectoria de la guerra -o, mejor dicho, de las muertes- entre Israel y Hamás, y la embestida rusa sobre Ucrania. Sin embargo, recordemos que en los últimos 15 años el mundo se ha vuelto menos pacífico (IEP, 2023), un deterioro que hubiera ocurrido aún si los conflictos israelí-palestino y ruso-ucraniano hubieran sido excluidos del análisis.
Observemos simplemente la realidad mexicana; los niveles casi inimaginables de crueldad y de violencia extrema que acontecen desde la agudización de una “guerra inducida” (Reguillo, 2021).
No podría estar más de acuerdo cuando Sicilia (2022) señaló que vivimos “tiempos miserables”.
Hemos naturalizado la violencia a tal grado que somos incapaces de indignarnos frente al dolor humano y el horror desatado. Deshumanizamos al “otro” porque creemos la falsa idea de que la violencia ocurre en otro lugar, que no somos partícipes del mal.
El genocidio liberado en Gaza es la prueba más inmediata de que las instituciones internacionales, los Estados y sus líderes han fracasado en trazar una agenda de mínimos para prevenir y atender las causas y consecuencias de la violencia y, aún más importante, para la construcción de paz. Montaño (2024) enuncia que “Gaza es el final de nuestra inocencia, es un duro y terrorífico despertar”, y que no existe razón alguna para seguir creyendo que esas mismas instituciones y países tendrán la suficiente voluntad para construir la tan deseada paz.
Entonces, ¿qué estamos esperando? Nosotres, como sociedad civil, necesitamos activarnos en los espacios públicos, hacer comunidad y pensar en vías creativas y audaces de resistencia e intervención social ante las violencias que desde hace años diezman nuestro presente y futuro. La resistencia individual y colectiva representa, hoy más que nunca, la esperanza frente a la crueldad deliberada y, me atrevo a afirmar, es la única fuerza capaz de desafiar el silencio y el sometimiento ante la normalización del horror.
Sí, resistir desde nuestros cuerpos-territorios es agotador, pero no son tiempos para ser sólo espectadores. Aprehendamos de las resistencias del pueblo palestino, de las madres buscadoras, de las bordadoras por la paz, de los campamentos universitarios, de periodistas y activistas que mantienen viva la esperanza de la humanidad. Aprehendamos de esos procesos de disrupción y hagamos de esas causas políticas y sociales nuestros proyectos personales; sólo así, se podrá pensar siquiera en construir paz.