Hay fechas que marcan un antes y un después en la historia. El 7 de octubre de 2023 fue una de ellas: un amanecer que transformó la vida de millones y marcó la fractura más profunda en la esperanza de coexistencia entre dos pueblos. Ese día, Hamás lanzó un ataque sin precedentes contra comunidades israelíes, asesinando a 1,200 personas y secuestrando a más de 250 (Hutchinson, 2023).
Dos años después, las heridas siguen abiertas. Hace 735 días que el tiempo se detuvo para los rehenesy para quienes siguen contando las horas desde su ausencia. En Israel, el duelo se volvió parte del día a día y las comunidades intentan reconstruir una normalidad que solo será posible cuando los 48 rehenes regresen a casa; en Gaza, la población civil sobrevive entre los escombros, el desplazamiento y la escasez. La violencia se ha convertido en un ciclo que erosiona la empatía y dificulta imaginar un horizonte compartido.
En los últimos días, las negociaciones para un posible cese al fuego han vuelto a aparecer en primeras planas. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, presentó un plan de paz de 20 puntos que busca poner fin a la guerra (Boxerman, 2025). Recientemente, representantes de Israel y Hamás han comenzado negociaciones indirectas en Egipto con mediación internacional. Sin embargo, las tensiones son enormes. En primer lugar, la confianza entre ambas partes es prácticamente inexistente. Asimismo, los puntos más controvertidos del plan –el desarme total de Hamás, el futuro político y administrativo de Gaza, la retirada de las fuerzas israelíes y el intercambio de rehenes y prisioneros palestinos (Bennett, 2025)– siguen siendo focos de fricción que amenazan con frenar cualquier avance.
Con esto, incluso si la violencia se detiene, no puede hablarse de una paz completa. Alcanzarla implica transformar las estructuras y condiciones que han sostenido el conflicto por tantos años, atender las heridas y reconocer el dolor del otro desde la empatía y la compasión. Como señala Johan Galtung(1985), la paz no se limita a la ausencia de violencia, sino que consiste en la capacidad de transformar los conflictos con empatía, sin recurrir a la violencia y de forma creativa.
A dos años del 7 de octubre, pensar en la paz no significa olvidar lo ocurrido, sino reconocer que las promesas ya no bastan. Hoy existe una oportunidad para detener la violencia, pero solo si quienes negocian dejan de convertir cada intento de diálogo en un capítulo más del mismo ciclo interminable. La paz no será fruto de un documento, sino del esfuerzo cotidiano por reconocer la humanidad del otro, incluso en medio de tantas heridas. Solo entonces podrá comenzar, de verdad, el largo proceso de construirla.
