Vivimos en un mundo marcado por el crecimiento incesante, la acumulación y la explotación. Y, sin embargo, no hay paz. Ni con la Tierra, ni entre nosotros.
La naturaleza colapsa, pero también nuestras sociedades: atravesadas por desigualdades, violencias estructurales y un profundo malestar que revela que el modelo actual ha fallado.
El bienestar no puede seguir medido por el crecimiento económico, hay que repensar qué significa vivir bien, en armonía con el entorno y con los otros.
El deterioro ambiental es una expresión de una paz ausente. Las consecuencias del extractivismo—la explotación intensiva de los recursos naturales para el crecimiento desmedido—no son compartidas equitativamente, ya que quienes menos se han beneficiado del desarrollo acelerado suelen ser quienes más sufren sus efectos. Esta injusticia ambiental se entrelaza con la injusticia social: las crisis ecológicas y climáticas agravan la pobreza, la migración forzada y la desigualdad. ¿Puede haber paz sin equidad y justicia?
En Environment and Well-being (2020), Sharachchandra Lele reúne las ideas de diversos autores que proponen nuevas formas de concebir el bienestar y la sostenibilidad. Entre ellos, Herman Daly plantea el “estado estacionario”: establecer límites al crecimiento para garantizar el equilibrio ecológico y un bienestar no material. Mark Burton y Peter Somerville van más allá: el decrecimiento como una ética necesaria, como una manera de reparar el vínculo roto entre la humanidad y la Tierra. Robert Pollin, por su parte, defiende un crecimiento “verde” y equitativo, pero su propuesta resulta limitada al no considerar otras dimensiones del colapso, como la pérdida de biodiversidad o el deterioro del agua y los suelos.
Pensar en la paz hoy exige una mirada integral. El bienestar debe ser tridimensional: individual (salud, vivienda, seguridad), social (derechos, justicia, igualdad), y ambiental (ecosistemas sanos, aire limpio, suelos fértiles). No basta con sostener: hay que sanar, redistribuir y transformar.
Detrás del daño ecológico hay sistemas de poder que se entrelazan y perpetúan las diferentes opresiones, como el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado. Las estructuras que han generado la crisis no pueden ofrecer soluciones reales si no se transforman profundamente, solo una democracia más profunda, inclusiva y estructural —que escuche, repare y actúe— puede abrir caminos hacia una sociedad distinta.
Este cambio empieza en la mente: dejar de pensar que más es mejor y abandonar la lógica del crecimiento como sinónimo de éxito. Construir paz implica decrecer donde sobra, para crecer donde falta. Solo así podremos imaginar, y quizás alcanzar, una sociedad mejor.
30 de mayo, 2025