Por Mauricio Meschoulam. Publicado en El Universal el de 10 de diciembre 2013. Enlace original: https://bit.ly/1bzV77d
Hace unos días, en mis redes sociales compartí la siguiente reflexión: “Se ha puesto demasiado énfasis en Mandela y su labor, lo que está bien, pero no se puede omitir el papel de la sociedad sudafricana. No es Mandela (únicamente) quien otorga el perdón. Es toda una sociedad agraviada, que aprende a darlo mientras que otros aprenden a recibirlo y procesarlo. A veces pareciera que la labor es de un solo hombre y eso es justo lo que él no quiso que se pensara. Hay líderes, hay contextos, hay seguidores y todo cuenta. Por eso, por la gran sociedad que son, hay que confiar en Sudáfrica”. Hoy, a medida que pasan los días, y que el mundo busca digerir su ausencia, y aprender de su legado, vale la pena mirar el tema desde México y meditar en algunas de las lecciones.
Paz
Este tema ha sido ampliamente abordado en este blog. Autores como Galtung (1985) nos enseñan que la paz no es solo la ausencia de violencia. Ese es su componente negativo, lo que la paz no es. La paz consta de factores que la construyen, la edifican y la alimentan como la cohesión, la integración social, la colaboración y la armonía -armonía tiene varios sinónimos como concordia, acuerdo, sintonía y fraternidad, entre otros. Esos diversos componentes no surgen o se dan por decreto o por grandilocuentes llamados, sino que se construyen y se trabajan a lo largo de muchos años y desde la raíz.
Ese amplio paraguas que se llama la construcción de paz incluye temas sustanciales como la promoción de políticas de desarrollo, acceso a oportunidades, educación y combate a la desigualdad, acciones para combatir y erradicar la corrupción y fomentar la democracia, los derechos humanos, la equidad, la transparencia, la rendición de cuentas y el respeto al estado de derecho entre muchos otros.
Mandela entendió muy bien que su país no podía trabajar únicamente en “evitar” el conflicto, sin al mismo tiempo construir los factores positivos que componen ese estado denominado paz como la integración y la cohesión sociales. Por eso promovió una salida que pudiera al mismo tiempo hacer frente a un pasado plagado de agravios, y encontrar la manera de mirar hacia el futuro, fomentando nuevos lazos, nuevos símbolos, nuevos factores para tender puentes de entendimiento entre elementos de una sociedad no solo diversa, sino llena de heridas entre perpetradores y víctimas.
El papel de la sociedad
Una sesión típica de las cortes o audiencias de amnistía -establecidas por la Comisión de la Verdad y Reconciliación para Sudáfrica- podía consistir en el relato de un oficial del régimen del Apartheid acerca de cómo había torturado y agredido por ejemplo a un grupo de jóvenes o activistas de raza negra. Probablemente la madre de uno de esos chicos estaba en la sala y se le invitaba a dar su testimonio. A veces a ese oficial se le concedía la amnistía. Otras veces ésta le era denegada. En ciertos casos se marcaban caminos para la reparación y rehabilitación.
No era Mandela, entonces, quien podía otorgar ningún perdón o garantizar la reconciliación en nombre de toda una sociedad, pues él no era sino una víctima más entre cientos de miles de ellas. Mandela fue un incomparable líder que supo proponer y orientar hacia el camino de la paz. Pero es imposible menospreciar el papel de la sociedad entera, que con todos sus aciertos y sus desaciertos, ha sido capaz de transitar por una ruta distinta a la de muchas otras naciones de su continente.
Las lecciones que nos ofrece la sociedad sudafricana tienen que ver con haber comprendido el mensaje y propuestas de un gran líder, haber procesado las muchas diferencias y la polémica que estas propuestas produjeron en su seno, y haber transitado el arduo camino para enfrentar su pasado, y como decía la Comisión de la Verdad y Reconciliación, llegar a términos con él “con una base moralmente aceptable para avanzar hacia la causa de la reconciliación”.
Sin embargo, el perdón y la reconciliación no son sino una parte de la paz.
Sudáfrica: ¿Se logró la paz?
En el índice Global de Paz, 2013, Sudáfrica es el país 121 de 162 medidos. Su coeficiente de GINI (.63) la ubica entre las naciones más desiguales de todo el globo. Sudáfrica sigue manteniendo un bajísimo índice de desarrollo humano, niveles de seguridad insostenibles con tasas de homicidio promedio (31:100K) que incluso superan a las de México, lo que ya es mucho decir.
Podríamos decir entonces que en el camino de la construcción de paz, con Mandela o sin Mandela, Sudáfrica tiene aún muchísimo terreno por recorrer. Ese fragmento de paz promovido por la amnistía, el perdón y la reconciliación a partir del esfuerzo de un líder y sus seguidores, incluso la lucha por la integración social, la reducción de la brecha de las desigualdades, no económicas pero sí políticas y sociales, son solo partes -importantes, pero solo partes- de un esfuerzo que debe continuar más allá de los individuos y que podríamos esperar, se prolongará durante décadas.
México
En México tenemos un peor lugar que Sudáfrica en el Índice Global de Paz (estamos 11 sitios abajo). Tenemos también desafortunadamente muchos graves problemas que nos identifican con aquél país, aunque por causas muy diferentes: Estamos acumulando un incontable número de víctimas directas y de víctimas indirectas por la violencia, con los respectivos rencores, odios, psicosis, terror y desesperanza. Tenemos también lamentables condiciones de subdesarrollo en muy buena parte de nuestro territorio, de corrupción, de falta de respeto a los derechos humanos, falta de acceso a oportunidades, falta de impartición de justicia y tantas cosas más.
Pensar que de esta serie de circunstancias podemos salir en solo unos años es caer en la inocencia. Pero lo que tendríamos que ir valorando son los caminos que deberíamos empezar a transitar en el caso de pretender algún día salir de estas condiciones, fortalecer las acciones que ya se hacen que son tendientes a construir la paz desde la raíz, y comenzar a implementar otras en esa dirección. El problema es que aquellos/as líderes/as que nos hablan de “recuperar” una paz que “teníamos” hace unos pocos años, no han comprendido nada de nada. Por eso es necesario mirar afuera de nuestro ombligo. Y por eso vale la pena aprovechar coyunturas como la actual.
Sudáfrica no es un ejemplo perfecto, pero tiene elementos que podrían decirnos mucho. En efecto, en México no tenemos un Mandela (o quizás sí pero no lo conozco), pero sí tenemos talento, y no poco. Pensar en la construcción de paz supondría hacer uso de ese talento, desde la gran sociedad que somos para primero comprender de fondo y cada vez mejor la serie de circunstancias -complejas y entretejidas- que enfrentamos, y después tener la capacidad de coordinar las propuestas de salida de manera integral -no desde o a favor de un partido político sino desde la sociedad empujando e involucrando al sector público, al sector privado, a las ONGs, a medios, academia, etc.- sumando y entendiendo la paz como un estado social que se constituye a partir de políticas, acciones, medidas y pasos muy concretos. Suena muy complicado. Lo sé y no hay nada que pueda hacer sino decirlo como es.
¿Pero por qué no empezar con leer y aprender lo bueno y lo malo de casos como el sudafricano, su experiencia en el perdón, en la reconciliación, en las acciones afirmativas, en la reducción de la desigualdad política, en la inclusión social, en su tratamiento de temas de género y diversidad? ¿Por qué no dejar de reducir este complejo tema al papel de un solo hombre, y ver de qué modo ha sido una sociedad completa quien ha implementado algunas de estas medidas? ¿Y por qué no también observar con detalle y aprender de sus muchos desaciertos? Bueno, son sugerencias.
¿Usted qué piensa?
Twitter: @maurimm
Texto en: https://bit.ly/1bzV77d