La geopolítica del hambre: el alimento como arma y camino hacia la paz

El hambre no es un accidente: es una decisión política. Detrás de cada cifra de desnutrición hay estructuras que perpetúan la desigualdad y el control. En el ajedrez global, los alimentos se han convertido en una herramienta de poder, donde quien domina la producción y las cadenas de suministro domina también la estabilidad de naciones enteras.

Hoy, mientras se habla de “seguridad alimentaria”, lo que se impone es la dependencia; ya que pocos países concentran las semillas, los fertilizantes y los medios de distribución, configurando un mapa desigual de acceso y de vulnerabilidad. 

Según la FAO, la producción mundial de cereales alcanzó en 2023 los 2.819 millones de toneladas, una cifra récord que incluye trigo, maíz, arroz y cebada, pero está todo concentrado de unos pocos países que controlan la despensa global.

Por esto la crisis alimentaria no es producto de la naturaleza, sino de un modelo que privilegia la ganancia sobre la vida; sin embargo, también en este escenario emerge la posibilidad de construir paz positiva: una paz que surja desde la justicia, la equidad y el acceso digno a los recursos esenciales.

La soberanía alimentaria representa, en este sentido, una forma de resistencia y de reconciliación, porque garantizar que los pueblos decidan cómo producir y consumir sus alimentos es también devolverles agencia, identidad y futuro. Pero esto exige desmantelar el mito del hambre como un destino inevitable y reconocerlo como el síntoma más visible de un sistema roto.

Hablar de paz en un mundo donde millones no comen es un acto de disonancia moral, no puede haber paz mientras el alimento siga siendo tratado como un arma diplomática, para esto se requiere restaurar la relación entre tierra, cuerpo y comunidad: recuperar las prácticas agrícolas sostenibles, fortalecer las redes locales y reconocer el cuidado como un principio económico.

En última instancia, la geopolítica del hambre es también una disputa por el sentido de la humanidad. Frente a la crisis climática, los desplazamientos y la desigualdad, apostar por la soberanía alimentaria no es solo una estrategia de supervivencia, sino un gesto político de esperanza. 

La verdadera paz, la que no depende de tratados ni de balances de poder, se sembrará cuando la vida, y no el lucro, vuelva a ser el centro de nuestras decisiones colectivas. Solo entonces comer dejará de ser un privilegio y se convertirá en el punto de partida de un nuevo pacto social entre los seres humanos y el planeta que habitamos.

Así, el futuro se definirá en la tierra, en el agua y en las semillas. Quien controle el pan controlará el futuro, pero quien defienda la tierra y la semilla controlará la vida (Pressenza, 2025).

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