A los gobiernos del mundo, a los presidentes y presidentas del Norte y Sur Global, a las y los de allá arriba que desde sus palacios nacionales y casas blancas administran la vida y la muerte. A ustedes me dirijo con la mesura respetuosa para clamar por la vida y la dignidad frente a la incertidumbre, el miedo y el dolor humano que cunde en nuestras geografías y fronteras.
Las órdenes ejecutivas que con tanto ímpetu han puesto en marcha para atender la crisis migratoria están masacrando la vida y los sueños de nuestros paisanos. Las doctrinas de seguridad nacional -como ustedes las nombran-; es decir, la gubernamentalidad necropolítica de las migraciones contemporáneas, esa forma tan suya de hacer política, no plantea soluciones, solamente paliativos.
Señoras y Señores Presidentes, tengan piedad y misericordia por nuestros paisanos, quienes tras décadas de trabajo honesto, están siendo deportados y expoliados de la vida que han construido; quienes se han quedado varados en la frontera sin sueños a los que aferrarse; quienes buscan otro mañana a kilómetros de distancia de sus propias raíces y genealogías; quienes andan por los caminos de abajo, valientes y temerarios; quienes son despreciados, humillados, perseguidos, violentados, encarcelados, asesinados, expatriados y olvidados por razón de ser quienes son; quienes no son de allá ni de acá.
Señoras y Señores Presidentes, ¿acaso no todos somos seres humanos? A ustedes, fieles creyentes de Dios, con la nobleza que nos acompaña, les pregunto, ¿acaso no todas, todos y todoas fuimos creados a imagen y semejanza de Dios?
¿Creen que con sus declaratorias destruyen el sueño americano? Valga decir que siempre habrá población dispuesta a emigrar pese al incremento en su rigor, los riesgos y las consecuencias fatales (Guevara y Megchún, 2011). Ustedes, mandatarios del cielo y de la tierra, sentados desde sus sillas presidenciales no lo vislumbran, pero la violencia, la exclusión y la muerte campean ya en los suelos donde aquellos paisanos se han criado, por lo que el intento de llegar a otras latitudes es solo una reconfiguración de las violencias, pero al menos con la posibilidad, promesa o valoración del cambio (et. al.). Para loas otroas, más vale el sacrificio como último aliento de libertad que la muerte en vida.
Porque el mundo no es propiedad de ninguna bandera (EZLN, 2018), ni de un color, ni de una “raza”. Es de todas, todos y todoas, quienes lo hacen andar con su trabajo, quienes lo hacen florecer con su dolor y esperanza, quienes siembran vida donde el sistema cosecha muerte, quienes andan errantes por los caminos de la tierra; es decir, los migrantes.
Por la vida y la dignidad humana.