Al parecer, todas las notas mediáticas de los últimos meses tienen a un único e inigualable protagonista: Donald Trump. Parece que la agenda internacional pasó de ser una muestra en escena con múltiples escenarios y elenco, para pasar a ser un monólogo que sólo se desarrolla desde una única silla.
Aranceles, impuestos, comercio exterior. Esta dinámica ha generado un ambiente de incertidumbre, especialmente en términos económicos.
Según el Banco Internacional (2025), el crecimiento estimado para México es del 0.0%. Así es, crecimiento nulo. A esto se suma que, hasta el 24 de abril, la tasa de inflación más reciente era de 3.96%. Más allá de los datos, estos indicadores han reavivado un debate que circula entre expertos y medios: ¿estamos entrando en recesión? ¿Se aproxima un nuevo invierno económico?
Y entonces surge la pregunta que orienta esta reflexión: ¿cómo se relaciona todo esto con la paz? La respuesta es más directa de lo que parece. De acuerdo con el Instituto para la Economía y la Paz, uno de los pilares fundamentales de la paz positiva es la distribución equitativa de los recursos. Es decir, que cada persona tenga acceso justo y proporcional a los bienes y servicios esenciales para una vida digna.
Pero, ¿qué ocurre cuando el propio modelo económico dominante (el sistema capitalista) excluye estructuralmente a grandes sectores de la población? ¿Qué sucede cuando una sociedad, como la mexicana, no está preparada para enfrentar una posible crisis económica? ¿Cómo afectará esto a la generación más endeudada de los últimos años: los millennials?
Hablar de economía también es hablar de paz. Reflexionar sobre cómo las estructuras económicas pueden reproducir desigualdad, marginación y desesperanza es parte del análisis profundo que requiere la construcción de una paz duradera. Porque la paz no es sólo ausencia de violencia directa, sino también la presencia de justicia, equidad y bienestar económico.
En este contexto, debemos preguntarnos qué tipo de sociedad queremos construir. Una que responda con estrategias reactivas a las crisis económicas, o una que se anticipe desde la justicia distributiva, la seguridad estructural y el fortalecimiento del tejido social. Pensar en la paz no es un ejercicio ingenuo, sino uno profundamente estratégico. Es comprender que los retos económicos de hoy son también los conflictos sociales del mañana. Y que cada política económica, cada reforma fiscal, cada decisión financiera, es también una decisión sobre la paz.