Las columnas que leen en este espacio nacen en CIPMEX, una organización que se dedica a algo que, en estos tiempos, parece casi una rareza: la construcción de paz. Pero, ¿qué significa eso, realmente? En un mundo donde la destrucción avanza con paso firme y lo humano se diluye entre intereses egoístas y sed de poder, ¿quién construye paz?
Algunas respuestas son obvias: líderes mundiales, activistas, defensoras de derechos humanos. Y sí, todas ellas son válidas. Pero en CIPMEX creemos que la paz se gesta desde mucho antes y desde mucho más cerca. Nace en lo íntimo: en uno mismo, en la familia, en el diálogo con quienes nos rodean. Se teje en lo cotidiano, en los actos pequeños, en los vínculos que sostenemos y cuidamos. Solo entonces asciende, escala, y eventualmente llega al escenario internacional.
Hoy quiero hablar de alguien que ha construido paz desde lo local, desde el centro de esta comunidad: nuestro director. Este texto es, a la vez, una oda, una despedida y un agradecimiento. Es un intento imperfecto de poner en palabras lo que significa haber caminado a su lado durante los últimos años.
Él me enseñó que la paz no siempre se construye con discursos grandilocuentes ni ante una gran audiencia. A veces, se edifica en silencio. Se cultiva cuando nadie observa, cuando se escucha con atención, cuando se reconocen las historias que no son las nuestras y se comprende que el mundo no se divide entre “buenos” y “malos”, entre “nosotros” y “ellos”.
Aprendí de él que también es necesario detenerse. Pausar. Respirar. No para rendirse, sino para volver al presente. Para estar. Con nosotros mismos, con quienes amamos. Para simplemente disfrutar el instante, porque la vida es fugaz y cada segundo tiene un valor que olvidamos con demasiada facilidad.
Me mostró que construir paz es también cuidar a las personas que tenemos cerca. Fortalecerlas. Contenerlas. Recordar que incluso en los días más difíciles, siempre hay algo dentro de nosotros que puede acompañar, sanar o sostener a otro.
Y sobre todo, me enseñó a no rendirme. Que incluso cuando todo parece ir en contra, los sueños siguen ahí, esperando ser alcanzados. Me ha enseñado, con su ejemplo, que la constancia vence a la adversidad, que los ideales no son ingenuos cuando se trabajan con los pies en la tierra, y que todo lo que uno se propone, puede lograrse, si se camina cada día con propósito.
A ti, gracias. Por tu guía serena, por tu presencia constante, por tu fe inquebrantable. Gracias, Mauricio, por ser maestro, confidente y, tantas veces, refugio. Gracias por recordarnos, en un mundo que a veces olvida, que la paz no solo es posible: es necesaria, es urgente, y empieza en cada uno de nosotros.