Lecciones de Ruanda: memoria activa y paz positiva

El 6 de abril de 1994 comenzó el genocidio en Ruanda. En tan solo cien días, aproximadamente 800 mil personas fueron asesinadas en un intento sistemático por parte del Gobierno Hutu de exterminar a la población Tutsi, a los Twa y a Hutus moderados.

Este episodio no surgió de la noche a la mañana. Fue el resultado de décadas de fractura social, alimentado por estructuras coloniales que impusieron jerarquías rígidas y narrativas polarizadoras.

El colonialismo europeo creó clivajes entre las etnias y puso fin a la movilidad social que había sido posible en el pasado (Newbury 1998). El retiro abrupto de Bélgica en 1962 dejó un país dividido y sin mecanismos sólidos de gobernanza, lo que llevó a la inestabilidad durante las siguientes tres décadas (Mayersen 2014).

En 1988, los Tutsis exiliados y Hutus de la oposición, formaron el Frente Patriótico Rwandés (FPR), que en 1990 lanzó una ofensiva militar desde Uganda. Aunque su primer avance fue detenido, el FPR se reorganizó y reanudó su lucha en 1991 (Ludlow 1999). Dicha ofensiva permitió que el régimen de Juvénal Habyarimana utilizara la amenaza como justificación para reforzar un discurso étnico excluyente.

Los Acuerdos de Arusha fueron firmados el 4 de agosto de 1993 con el objetivo de establecer un gobierno de transición y poner fin a la guerra civil. Además, se solicitó a las Naciones Unidas el envío de una misión de mantenimiento de paz. En ese contexto, la ONU desplegó la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas para Ruanda (Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas 1993), cuya capacidad resultó limitada ante la magnitud de la crisis.

La campaña de exterminio consistió en el asesinato deliberado y organizado de cientos de miles de personas, ejecutado por actores estatales y civiles, impulsado por una narrativa que deshumanizaba a una parte de la población y normalizaba su aniquilación.

Treinta y un años después del inicio del genocidio, la memoria sigue siendo indispensable. Recordar no es solo conmemorar, sino reconocer las señales, las omisiones y las responsabilidades que permiten que un conflicto escale hasta alcanzar niveles de violencia extrema, como ocurrió en Ruanda. En este sentido, la paz no es solo la ausencia de guerra, sino la presencia activa de condiciones que fortalecen la justicia, la equidad, la cohesión social y la dignidad humana (Galtung 1985). Una concepción más profunda de la paz implica construir sociedades donde las personas vivan sin miedo y cuenten con oportunidades para desarrollarse plenamente. Ruanda nos recuerda que las decisiones y omisiones del presente pueden moldear profundamente el futuro.

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